EL HIJO DE PRADILLA


PEDRO-JUAN PRADILLA, natural de Peñaflor (Zaragoza), casado con Juaquina Pina de Moyuela (Zaragoza). Debió casar 2 veces, la segunda con Rita Montes, hijos:

- Miguel Pradilla Pina, del primer matrimonio, nacido en 1817, que sigue
- Manuel Pradilla Montes, del segundo matrimonio, nacido en 1843 y fallecido de parálisis general el 11 de Enero de 1917, domiciliado en la C /Cuevas y casado con Rafaela Barluenga. Dejan 4 hijos:

- Bienvenido Pradilla Barluenga
- Manuel Pradilla Barluenga
- Pascual Pradilla Barluenga
- Brígida Pradilla Barluenga  

MIGUEL PRADILLA Y PINA, nace en Villanueva de Gállego en 1817 y fallece de pleuro-neumonía aguda a las 4 de la tarde del 27 de Febrero de 1891 (inscribe su fallecimiento su hermano Manuel Pradilla Montes, domiciliado en C / Cuevas). Casado con Martina Ortiz Ortiz, nacida en 1823 en Tardienta (Huesca) y fallecida a los 45 años, el 13 de Mayo de 1868 (padres de ésta: Agustín Ortiz y Martina Ortiz, ambos de Tardienta). Hijos de estos:

- Baltasar-Luciano Pradilla Ortiz, nacido en Villanueva de Gállego en 1851, domiciliado en C / Cuevas. Residente en Zuera en la C / Navas 41, de profesión albañil. Se casa en Villanueva de Gállego el 17 de Abril de 1875 con María Dolores-Encarnación Morte Vallonga, nacida en 1858, también de Villanueva de Gállego (padres de ésta, Juan Morte y Pabla de José Calanda).
- Brigida Pradilla Ortiz, nacida en 1854
- Juan-Pascual Pradilla Ortiz, nacido en 1860 en Villanueva de Gállego y residente en la C / Navas 25 de Zuera. De profesión Comerciante.
Francisco Pradilla Ortiz, nacido en 1848, que sigue 

FRANCISCO PRADILLA ORTIZ, nacido el 24 de Julio de 1848 a las 6 de la mañana en la C/ El Paso 42 de Villanueva de Gállego (Zaragoza) de profesión "Pintor de Historia" y fallecido de Arterio-esclerosis generalizada a las 14 horas del 1 de Noviembre de 1921, en su domicilio de C/ Quintana 36 de Madrid, a los 73 años y 4 meses de edad. Y enterrado en el cementerio madrileño de San Justo.
Casado en A Nova de Lugo con Doña Dolores González del Villar, nacida en Vigo en 1856 y de profesión sus labores (padres de esta, Pablo Cosme González Miniños y Rosalía Villar y Cabezas), muere en Madrid en 1926 a los 71 años de edad. Tuvieron 5 hijos:

- Lidia Pradilla González, nacida el 3 de Noviembre de 1878.
- Cesar Pradilla González, nacido el 2 de Julio de 1880.
- Isabel Pradilla González, nacida el 27 de Junio de 1882 y fallecida en 1886.
- María Pradilla González, nacida 8 de Julio de 1888.
Miguel Pradilla González, que sigue 

MIGUEL PRADILLA GONZÁLEZ, nacido en Roma el 15 de Marzo de 1884 y fallecido en Madrid el 27 de Abril de 1965. Casó con Carolina Ruiz de Gregorio y tuvieron tres hijos.

- Mario Pradilla Ruiz.
- Miguel Pradilla Ruiz.
- Cesar Pradilla Ruiz, nacido el 5 de Mayo de 1925.

 

C E N T E N A R I O  D E  U N  G R A N  P I N T O R
HABLANDO CON EL HIJO DE PRADILLA:

   En la actualidad, el único hijo varón, superviviente, del insigne artista aragonés cuyo primer centenario se ha cumplido este año, es D. Miguel Pradilla González. Pintor, como su padre, tiene instalado, desde 1944, en lo más céntrico y bullicioso de Madrid, su rinconcito de trabajo. Celda y museo a la vez, en el que la acogida cordial y afable gentileza de su morador ha evitado la frialdad de un diálogo difícil.


   
   Hasta los primeros meses de nuestra Cruzada vivía con su familia en la casa-estudio (calle de Quintana, 36, hoy en ruinas), donde murió (1.° de noviembre de 1921) el gran pintor de Villanueva de Gállego. Notorio es que cuando las tropas nacionales llegaron a la Ciudad Universitaria y Casa de Campo, el barrio de Argüelles quedó convertido en zona de guerra. Por ello, pero más aún por no permitir los rojos sacar del citado estudio —¡cuando era posible hacerlo, naturalmente!— las obras de arte y objetos de valor que allí se guardaban, todo cuanto se había ido atesorando con pasión de artista y fervor filial... desapareció, dando a esta palabra un amplio sentido, pues D. Miguel se resiste a creer que todo fuera destruido y que incluso tablitas firmadas por su padre sufrieran el rigor de la metralla, no tan despiadado, a veces, como la tremenda codicia de los hombres... Fué preciso, por tanto, al término de la contienda, volver de nuevo a trabajar, respondiendo, acaso con más empeño que nunca, a la llamada de su vocación artística.
   
   Ajeno al ruido clamoroso de la propaganda, no ha sido partidario D. Miguel Pradilla de presentar al público sus obras, aunque yo sé que accedería muy gustoso a una exposición, para él colmada de ilusiones: la que tuviera por marco a Zaragoza, más en este año, cuando han de prestarse a su apellido ilustre nuevas y cálidas resonancias.
   Hace pocos años, como digo., pudo conseguir este local, a1 que he ido a visitarle y en el que dedica sus mejores afanes a evocar con sus pinceles la técnica prestigiosa de su padre y maestro. Porque, según confiesa, éste fué quien alentó su aprendizaje y de quien recibió, sin límite, orientaciones, consejos y enseñanzas. De ahí que haya surgido en esta conversación su recuerdo glorioso y absorbente.
   Es una  pena —me dice— el olvido en que se tiene a mi padre.

   Con sobrada justicia se duele D. Miguel de lo que, en otros términos, llama "conspiración del silencio" en torno a su progenitor. Se sabe, ciertamente, que Pradilla pintó La rendición de Granada, Doña Juana la Loca y El suspiro del moro; mas, ¿ qué significa la popularidad alcanzada por esos cuadros, si junto a ello casi se ignora que su autor —de quien falta la buena monografía que merece— pintó centenares de obras, entre las cuales, no el tema de Historia, sino el paisaje de aliento impresionista y la composición de recio costumbrismo, representan aspectos olvidados de singular Importancia? Sin duda, hay mucho que exponer sobre la existencia y producción de Pradilla, motivo de un estudio que acaso pueda ofrecer a los lectores en
plazo breve. Cumple hoy, sin embargo, destacar solamente algún rasgo de su vida, según el testimonio autorizado de su hijo y discípulo.
   
   No era mi padre —señala D. Miguel— el hombre adusto que en su tiempo creyeron. Yo no puedo recordarle sin que en tropel acudan a mi mente rasgos personales que a mi amor de hijo y a mi vocación de artista conmueven de manera profunda. Y he de añadirle que por haberme educado profesionalmente con él, transcurriendo a su lado gran parte de mi vida, pude darme cuenta de su gran valor humano y cordial, no para todos perceptible, por supuesto. Yo consideraba a mi padre como a un dios, como a un coloso al que nunca podría llegar. Jamás olvidaré que la lección de más positiva influencia en mi formación (y en la de cualquiera que la hubiera recibido) a él se la debo, como le voy a contar. Un día, cuando más ilusionado me- encontraba de haber pintado un cuadro digno, al menos, de su hijo, se lo presenté a él, esperando oír de sus labios halagadores elogios. Lo vio, me pidió el pincel y, como si fuera a corregir algún detalle por mí desatendido, con cuatro pinceladas me lo embadurnó suavemente, dejándome desconsolado. Cuando más adelante apunté, con timidez, la creencia de que no lo había pintado yo tan mal, me replicó: —¡ Tonto! ¡ Si estaba muy bien! Lo que ocurría era que te estabas envaneciendo demasiado, y así nunca serás un buen pintor, porque quien de tal se precie nunca debe estar contento de su trabajo, puesto que siempre se puede
mejorar. 
   ¡Magnífica enseñanza, es verdad, la que reflejan tales palabras! La satisfacción ante la propia obra, unida al afanoso empeño de superarse hasta lo imposible, es algo más que una fórmula o un tópico. Es, cuando menos, como un acto de fe que todos cuantos sueñan con misiones creadoras han de repetir frecuentemente. Y ¡ay de aquellos, que lo olvidan o lo tergiversan! Pradilla, desde luego, no fue de estos últimos. Sintió la inquietud artística en sus más amplias y gozosas vibraciones, con delectación de creyente y responsabilidad de predestinado.
   Sus preferencias por los grandes maestros respondían a estos nombres: Rembrandt, Velázquez, Tiziano, el Greco y Ribera.
   Fuera ya de la pintura, recuerda su hijo que Pradilla fué un fervoroso wagneriano. Lector incansable, supo compartir sus horas de estudio con una afición deportiva muy arraigada.
   Era incansable viajero —añade—, de constitución fortísima, buen alpinista y gran nadador; ya de muchacho cruzaba el Ebro en Zaragoza, y a la mucha gimnasia que practicó en su juventud debió, después, sus largas excursiones pictóricas, haciendo a pie y sin cansancio alguno jornadas de muchos kilómetros. En 1918, tres años antes de morir, anduvo de escalada por los Picos de Europa, y allí estuvo pintando. A propósito de estas excursiones, fundamentalmente pictóricas, como le indico, voy a referirle una anécdota: Estaba en cierta ocasión mi padre tomando un paisaje del natural, y uno de esos espectadores espontáneos que nunca faltan se le acercó y, después de contemplar un rato lo que hacía, dijo: —Ya verá cuando lo presente—. Nadie le hizo caso. Volvió a repetir luego lo mismo, con idéntico resultado. Así varias veces, hasta que, intrigado ya mi padre con aquella frasecita, acabó preguntándole: —Pero, oiga, buen hombre: ¿ qué quiere usted decir con eso de que ya veré cuando lo presente ? — A lo que el aludido contestó: Mire, llevo treinta años de guarda aquí. He visto pasar a muchos a pintar el mismo sitio, y todos lo deben de hacer muy mal, cuando mandan a otro.
   Reímos.
   Por largo tiempo aún sigo hablando con D, Miguel Pradilla, a quien escucho curiosas noticias y vicisitudes acerca de la vida y obras de su padre. Recogerlas aquí aumentaría con exceso estas líneas, dedicadas tan sólo a recordar a un eximio pintor aragonés en el primer centenario de su nacimiento.

ENRIQUE PARDO CANALÍS.
Revista ARAGÓN; Julio, Agosto y Septiembre. Editada en Zaragoza en 1948.

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